They call us now.
Before they drop the bombs.
The phone rings
and someone who knows my first name
calls and says in perfect Arabic
“This is David.”
And in my stupor of sonic booms and glass shattering symphonies
still smashing around in my head
I think “Do I know any Davids in Gaza?”
They call us now to say
Run.
You have 58 seconds from the end of this message.
Your house is next.
They think of it as some kind of
war time courtesy.
It doesn’t matter that
there is nowhere to run to.
It means nothing that the borders are closed
and your papers are worthless
and mark you only for a life sentence
in this prison by the sea
and the alleyways are narrow
and there are more human lives
packed one against the other
more than any other place on earth
Just run.
We aren’t trying to kill you.
It doesn’t matter that
you can’t call us back to tell us
the people we claim to want aren’t in your house
that there’s no one here
except you and your children
who were cheering for Argentina
sharing the last loaf of bread for this week
counting candles left in case the power goes out.
It doesn’t matter that you have children.
You live in the wrong place
and now is your chance to run
to nowhere.
It doesn’t matter
that 58 seconds isn’t long enough
to find your wedding album
or your son’s favorite blanket
or your daughter’s almost completed college application
or your shoes
or to gather everyone in the house.
It doesn’t matter what you had planned.
It doesn’t matter who you are
Prove you’re human.
Prove you stand on two legs.
Run.

Nos están marcando por teléfono, un momento antes de dejar a las bombas caer. El teléfono suena y contesto. Al otro lado, hay alguien que conoce mi nombre de pila, y habla el árabe perfecto, y me dice: “Te está hablando David”. Mientras escucho la sinfonía de estampidos sónicos y vidrios rotos, pienso: “¿Yo conozco a un David en Gaza?” Pero nos están marcando por teléfono para decirnos que nos corramos de aquí, ahora. “Usted tiene 58 segundos a partir del final de esta llamada, antes de que la casa de usted será bombardeada. No nos importa que usted no tenga a dónde ir; que las fronteras estén cerradas; y que sus documentos no valgan un carajo, salvo una pena de cadena perpetua en esta cárcel al lado del mar. Córrele, señora. No queremos matarla. Ya sabemos que ahí solo viven usted y sus hijos, comiendo pan mientras miran el final de la Copa Mundial de Fútbol; que quieren que Argentina gane el partido, y de vez en cuando miran hacia las velas dejadas al lado de la televisión, para cuando se corte la luz. Es que, usted y sus hijos no deberían vivir ahí, y ahora es su oportunidad de ir a otro lado, a ningún lado. Sabemos que no le estamos dando el suficiente tiempo para encontrar el álbum de fotos, la manta favorita de su hijo, la solicitud universitaria casi terminada de su hija, sus zapatos, ni siquiera para llamar a todos en la casa. No nos importa su vida. No nos importa quién es usted. Pero demuéstranos que usted es un ser humano; demuéstrenos que usted tiene dos patas; demuéstrenos que usted puede correr”.